EN LA CIUDAD DE LOS MUERTOS



ÍCONO. PANTEÓN DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DE SOCORROS MUTUOS.

Por Miguel Jurado *
* Editor Adjunto Arq

Hernán Vizzari insiste sobre el valor histórico y patrimonial del Cementerio de la Chacarita. Al final me convence y accedo a recorrer la necrópolis con él.
Son las 3 de la tarde del miércoles antes de Navidad. El sol cae como plomo fundido sobre Buenos Aires. Es el mismo calor que sigue atormentándonos, pero una semana atrás, cuando parecía pasajero. Vizzari me espera enfundado en un jean y una camisa a cuadros. Parece que el sol no le hiciera mella. No debe tener 35 años y ha dedicado buena parte de su vida a estudiar y rescatar del olvido el patrimonio funerario porteño. Me recuerda que su Web fue declarada de interés cultural por la Legislatura, “Es www.cementeriochacarita.com.ar”, dice.
Me muestra el pórtico de entrada, un edificio de impronta griega clásica diseñado por Juan Buschiazzo en 1882. Tomo respiro a la sombra de su columnata y alcanzo a percibir las acción deletérea de las buenas intenciones: una mano de pintura impermeable color salmón cubre el revoque símil piedra que debió estar lleno de matices. Para peor, un crema subido convierte el bajorrelieve del frontis en un dibujo casi plano. Otro desastre del amateurismo preservacionista. Ni el ángel con trompeta celestial se salvó de la pintura para frentes.
Pasando las enormes columnas dóricas de la entrada, se extiende la Ciudad de los Muertos. Debajo del abrasador sol, Vizzari me conduce con paso decidido hacia la joya del lugar: el Panteón de la Sociedad Española de Socorros Mutuos, diseñado por Alejandro Christophersen en 1896. La luz de la tarde parece derretirlo. Su estado es ruinoso. “Este panteón recuerda al templete diseñado por Juan de Herrera en el patio mayor del Monasterio del San Lorenzo de El Escorial (siglo XVI)”, señala Vizzari. Hago visera con la mano para tapar el resplandor y busco un poco de sombra.
Salimos por las callecitas en busca del Panteón Sociedad Salesiana. Advierto que la transpiración empezará a mojar mi camisa y caminar con los brazos separados del cuerpo. Vizzari parece no sentir el calor: el entusiasmo lo refresca. “El edificio de la Sociedad Salesiana es un calco perfecto, en menor escala, de la Basílica de San Carlos que está en Almagro. La hizo el mismo arquitecto”, me dice y caigo en la cuenta que todo el cementerio es una reproducción a escala de la Ciudad. Cada bóveda es un edificio pequeño, en un lote de no más de cuatro metros, en manzanas chicas separadas por calles, pasajes, diagonales y peatonales liliputienses, encerradas entre grandes avenidas bordeadas por tipas centenarias. Es el vestigio de una época en que la muerte era tan importante como la vida, y poseía igual o mayor prestigio. Los que llenaron Chacarita con sus monumentos desde 1886 tenían como modelo la ciudad europea, querían que Buenos Aires fuera así y también sus cementerios. No eran familias “patricias” como las de Recoleta, sino una burguesía inmigrante que “hizo la América” como pudo y compró feliz el patrón cultural que le ofrecía la oligarquía.
Las ideas me laten en la cabeza mientras caminamos rumbo al Panteón del Centro Gallego. Pienso que la burguesía actual que se desentiende de la Ciudad y ama el country, también entierra sus muertos en countries que llama cementerios parque. Empiezo a imaginar un relación entre la ciudad del siglo XIX y su cementerio, entre la vida country y sus “jardines de paz”.
Vizzari me rescata del sopor. “Este edificio es de 1929 y está inspirado en la Colegiata de Santa María del Sar de Santiago de Compostela. Fijate que tiene gárgolas con los escudos de las provincias gallegas. Además, cuando se puso la piedra fundamental, enterraron cuatro cofres con tierras de Pontevedra, La Coruña, Lugo y Orense”, dice y enumera otros tesoros patrimoniales. La lista es interminable.
Percibo el ordenamiento social en Chacarita: a la entrada, la ciudad de los lotes individuales, con apellidos inmortalizados en bronce y un festival de estilos (gótico, ruso, egipcio, francés o moderno). Más atrás están los pobres en una especie de “Brasilia de los nichos”, el campo interminable de galerías subterráneas con entradas futuristas diseñadas por Clorindo Testa en los 50.
Veo nubes cargadas en el horizonte y desisto de visitar esa ciudad impersonal. El agua va a venir bien, pero el cementerio no es el mejor lugar para recibir una tormenta. Me despido apurado. Soy una sopa de transpiración. Noto gotitas en la frente de Vizzari. Me siento acompañado en el sentimiento.


Fuente: clarin.com


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