ADOLFO BIOY CASARES
Y SUS MILES DE PÁGINAS DE MEMORIAS AUN INÉDITAS

En Recoleta. En 1988, al editarse “La invención y la trama”, antología prologada por Marcelo Pichon Rivière. /
FCE

Por Matilde Sánchez

En el centenario de su nacimiento, Adolfo Bioy Casares, premio Cervantes 1990, todavía nos reserva un mar de memorias inéditas, mientras los críticos siguen devanando el Borges, que lo ocupó en sus últimos años y que vio la luz recién en 2006, siete años después de su muerte. Relato minucioso de la amistad más legendaria de la literatura argentina y de cincuenta años de vida intelectual, tesauro del lenguaje porteño, con su arcón de chismes: todo eso es el Borges, que cambió el eje de la estima literaria de su autor, sobre todo entre los escritores jóvenes. Hoy pensamos en él no solo como el narrador delicado de una cuantiosa obra ficcional –novelas y cuentos, de género fantástico, en su mayoría, La invención de More l, Diario de la guerra del cerdo y Dormir al sol y La trama celeste, entre otras–, sino también como uno de los grandes memorialistas argentinos del siglo pasado. 2014 también ve el tercer tomo de su Obra Completa, anotada por su curador, Daniel Martino, con un preciosismo que no abruma. Actualmente en Brasil se prepara la traducción. El primer encuentro de Martino con Bioy ocurrió en 1986, en la Feria del Libro y desde el llano, cuando se le acercó para que le firmara un ejemplar. Con menos de 30 años, compuso el ABC, el volumen de citas que en 1991 le abrió la confianza del escritor y sus cientos de cuadernos privados y libretitas de bolsillo. Luego prepararon juntos las memorias de Descanso de caminantes, publicadas en forma póstuma. Pero es sobre todo el cómplice que trabajó con Bioy en extraer de sus diarios privados el Borges. Heredero de la obra édita e inédita de Bioy, es el custodio de su voz literaria –y confiemos en que nunca será su censor. El archivista que teje referencias también libra la batalla postmoderna de blindar la obra contra impostores digitales y versiones corruptas. Alimenta la página www.borgesdebioycasares.com.ar, donde la pesquisa bibliográfica es continua. El hombre es un vértigo de citas y bromas, un melómano serio y un fanático del cine de Buster Keaton. Por timidez, o porque la fobia escénica conviene a su pacto, suele mantenerse del lado de los fantasmas. Sin embargo, observa: “Cada vez que releo lo que dice de Sabato encuentro una crueldad nueva. Qué maestro de la destrucción absoluta es Bioy, aunque siempre con algún ligero elogio...”. Este es un tramo de nuestro diálogo, que ampliamos en la versión digital.
- La publicación del “Borges” tuvo críticos y adeptos. El ensayista mexicano Carlos Monsiváis contaba que con Sergio Pitol se llamaban cada mañana para comentar la lectura nocturna, mientras que Ricardo Piglia se dijo un poco decepcionado al descubrir que estos grandes maestros se comportaban como dos viejos chusmas.
-Creo que en esta recepción, favorable o adversa, influye la tendencia a instituir a Borges como la divinidad mayor del panteón literario y de tomar sus declaraciones como verdades reveladas. Para muchos, Borges es un prócer inmaculado, del que sólo estaría permitido invocar aquellos tópicos con los que él mismo se preocupó por quedar asociado: laberintos, antepasados guerreros, heresiarcas, cuchilleros, espejos… Esa figura se completa con una ceguera vivida heroicamente y esa presencia tutelar de Leonor, la madresposa castradora. Es lo que viene a vulnerar el Borges. Para quienes esperaban un santoral, por su esencia el libro jamás podría ser satisfactorio, porque no pretende ser un evangelio ni una hagiografìa. Estos lectores se indignan porque Bioy no oculta los prejuicios que hoy resultan políticamente incorrectos, como el racismo y la homofobia. Por si no bastara con escandalizar a los devotos, imagino que para un peronista siempre habrá sido muy incómodo digerir que el hombre que se tiene por el máximo escritor argentino aborreciera a Evita y a Perón y dedicara su vida a proclamar ese rechazo... La solución más tranquilizadora para este dilema era simple y eficaz: concediendo lo innegable –que Borges es un escritor inmenso– se hacía la salvedad de que a partir de determinada etapa, la caída de Yrigoyen, vivió al margen de la realidad, convertido en un señor que, abstraído en juegos metafísicos y cegado por sus prejuicios, no fue capaz de conocer ni de entender la esencia del mejor peronismo. El Borges no convalida esa solución. Por el contrario, lo muestra muy preocupado por cuestiones que uno creería le eran indiferentes, como la politiquería barata de las elecciones de la Sociedad de Escritores, los tejemanejes de los premios literarios, o, sobre todo, comentando con bastante información la realidad política inmediata.
- ¿Creés que la recepción del Bioy memorialista sigue incomodando? ¿Cuánto colabora el clima de época?
- Es posible. Pero me disgusta juzgar el pasado desde el presente, responsabilizando a un individuo de los –llamémoslos así– prejuicios de su clase. El propio Karl Marx se avergonzaría de este tipo de razonamientos. Que Borges y Bioy celebraran la Libertadora es comprensible: para ellos, esos militares eran una suerte de salida de la vía muerta que significaba la democracia de masas. No veían en la Libertadora a los precursores de Videla. Creo que para ellos, quien mejor encarnaba eso era el primer peronismo.
Editor. Martino recibió los papeles privados de manos de Bioy.

-¿Cómo es el plan de trabajo con la obra de Bioy en adelante?
-Quedan muchísimas páginas, el resto de los papeles privados. El plan de publicación responde a largas charlas con Bioy. Pronto llega un Epistolario literario; un Epistolario (no solo literario) con Silvina Ocampo; una reedición ampliada y corregida del Borges … Y la reconstrucción de la novela Irse, que trató de escribir por casi treinta años, con cambios de ambiente. El cuento “Irse”, incluido en Una magia modesta, es apenas una versión resignada y lineal de su argumento. Me sorprendió leer en sus diarios que él preveía empezar su publicación después de 2014. Son sus palabras en la portada de un cuaderno de 1949: algo como “para publicarse en el 2014 o un poco antes, cuando no pueda molestar a sobrevivientes”.
-La “Obra Completa” solo está en Argentina; entretanto, ha habido un big bang de ediciones populares, con prólogos de él.
-Qué especie inexplicable son algunos editores, empeñados en evitar la difusión de sus propios libros. No todos, por suerte. Vi esas ediciones populares, baratas en el peor sentido, me llenaron de tristeza. En lugar de los textos definitivos, que me llevaron tres años de trabajo, replicaron viejas versiones llenas de erratas. Los prólogos me temo que son apócrifos: no los escribió Bioy. Son declaraciones periodísticas presentadas como prólogos. Al ver estas cosas recuerdo a Goethe: él decía que debería haber un infierno especial para los editores, porque con el común no basta.
-Conociendo sus diarios, ¿cómo describirías el vínculo con su mujer, la escritora Silvina Ocampo? ¿Cuánto de las tramas y doble vida alimentó la ficción de ambos?
- Por lo que leo, el vínculo era de una naturaleza tan especial que darle un nombre sería reducirlo y desvirtuarlo. En cuanto a alimentar ficciones, me parece que Bioy está un poco más presente en la obra narrativa de Silvina. Por ejemplo, el narrador de “El intruso”, al menos en las primeras páginas, es el retrato que Silvina hace del Bioy de mediados de los años 30, llegando a la estancia de Pardo con sus valijas de libros. No creo que haya algo semejante en la obra de Bioy posterior a 1940.
-¿Y cómo describirías a Bioy? No se parece al hedonista contemporáneo; tampoco es exactamente el dandy que describe David Viñas. Y aunque no se identificaba con los pornógrafos del siglo XVIII, tiene algo del libertino clásico.
-Responder esa pregunta me llevará todavía unos años. No era un moralista, esto no es una revelación, pero no se sentía atraído por la pornografía de ninguna época. No le gustaban Sade, ni Restif de la Bretonne. Sí, en cambio, Casanova, pero más como memorialista y, claro, porque era inevitable que sintiera interés por el personaje. Por la imagen: no por todos y cada uno de sus actos.


Fina estampa. Daniel Martino junto a Adolfo Bioy Casares en Madrid, en 1991.

-En las ediciones de los diarios ya publicados, él suele velar las referencias personales. ¿Cuáles fueron sus directivas para esas miles de páginas por llegar?
-Más que directivas, yo hablaría de puntos de vista comunes. Bioy pensaba que nunca una línea vale dañar a una persona. Que una cosa es escribir una ironía sobre un personaje público, como Mallea, Sabato o el propio Borges, personajes sobre los cuales abundan los testimonios y que, por tanto, tienen defensores. Y otra bien distinta es lastimar con secretos a alguien que lleva una vida privada: sería su palabra contra el silencio del indefenso. Un ejemplo: si en Descanso de caminantes la anécdota gira en torno de Silvina Bullrich y Manucho Mujica Lainez, buena parte de la gracia se perdería si omitiéramos esos nombres. Pero si la anécdota la protagonizara un portero o un mozo, anónimo para el lector, ¿qué importa precisar apellidos? Acá la anécdota es lo que cuenta: los otros son apenas su vehículo.
-El peligro es el de una narración disecada. Esto ha ocurrido con la expurgación de párrafos confesionales en Alejandra Pizarnik, a pedido de su hermana. En el caso de Bioy y Silvina se complica pues sus nietos tienen los “derechos morales” sobre el daño que podrían acarrearles las revelaciones familiares. Es una disyuntiva, pues puede convertir al editor en custodio del panteón.
-Tal vez. Felizmente, la publicación está garantizada. Quisiera destacar que nunca habrá forma de retribuir lo mucho que debemos los lectores de Bioy a quienes crearon el ámbito legal para que sus papeles privados vieran la luz. Sin la inteligencia, la buena voluntad y, sobre todo, la pasión literaria de los abogados que intervinieron en el proceso legal, las nuevas ediciones serían imposibles. Esto queda reflejado en la muestra fotográfica “El lado de la luz”, que abre el 25 de septiembre, y donde todos los retratos encuentran su lugar.
-Este velo, entretanto, acrecienta su aura. Otros hablan por Bioy y todo funciona como una suerte de “En busca del tiempo perdido”: el lector es desafiado a completar con nombres y rostros el círculo de infidencias. Las memorias que cuidás tendrán contradictores.
-Supongo que sí. No se puede contentar a todos. La Fontaine tiene una fábula al respecto. Bienvenidos sean los contradictores, será enriquecedor oírlos.



Fuente: Revista Ñ Clarín

TESTIMONIOS ÍNTIMOS: RECUERDOS DEL AMIGO BIOY

Los relatos de personas cercanas al escritor, que aquí se recrean, permiten inmortalizar las vivencias junto al compinche, el vecino, el cómplice que hoy cumpliría 100 años
 Foto: LA NACION / Aldo Sessa
  Foto: LA NACIÓN / Aldo Sessa

Por Gisela Antonuccio  / LA NACIÓN



Algunos seres humanos consiguen resucitar indefinidamente a medida que se alejan de su propia muerte. Si la literatura es un acto de afirmación, el género del diario ofrece la promesa de enfatizar la inmortalidad.
Adolfo Bioy Casares, que hoy habría cumplido cien años, sucumbió también a la tentación de un cielo sin olvidos. Tras su muerte, el 8 de marzo de 1999, su obra memorística se reveló tan vasta como su ficción y reconfirmó su vigencia.
Desde 1932, el autor de La invención de Morel lo registró todo. Unas 20.000 páginas que comenzó a seleccionar antes de morir. Una parte de ese descomunal volumen fue condensada en Descanso de caminantes (Sudamericana, 2001); abarca de 1975 a 1989 y sus 500 páginas son un testimonio de sí mismo, su familia, amigos y escritores. Pero fue Borges (Destino/Planeta, 2006), de 1663 páginas, sobre los años 1947-1989, el libro que sentenció su más rotunda resurrección. Al publicarse en forma póstuma, se evitó las polémicas que desató la obra, por la que María Kodama declaró: "Bioy es el Salieri de Borges"; lo ubicó al nivel de un asesino, aceptando la leyenda apócrifa sobre la muerte de Mozart.
En las antípodas de la corrección -con vestigios de misoginia, burlas al habla en Barrio Norte, desdén por otros escritores-, el libro excede su molde, pues su sustancia no es la vida del diarista. La convención de género estalla por la innovación: la naturaleza del sujeto que cuenta (un escritor) y el objeto que se narra (otro escritor).
Ingenioso y cruel, liviano y sagaz, Bioy se reproduce a sí mismo en todas las formas de su ser sin rastros de inocencia. Sobre Kodama, adjudica a Borges: "Estoy siempre deseando estar con ella y, cuando estamos juntos, deseo que pase el tiempo de una vez y se vaya". La obra de Sabato: "Modestos productos de su mente activa y mediocre".
Al igual que un archivo, el valor de un diario reside en que no estará atado sólo al pasado que refiere, sino al futuro; es en ese tiempo cuando se sabrá la valía de lo registrado.
Bioy tenía, acaso, la condición excluyente para seguir un diario: una desconsolada aflicción por la idea de su desaparición (la tristeza de la muerte es que no se verá la luz al día siguiente). Quizá por ello desatendió un consejo: "[Borges] me asegura que es indispensable destruir todos los papeles porque el día menos pensado uno desaparece y los amigos le publican esas grietas y esos estigmas".
Desafiando también una convención, la de la forma de la entrevista, se reproducen en esta página testimonios de personas que tuvieron que ver con el hombre más que con el escritor, convertidos en materia de un diario. El ejercicio reveló que al más inmortal de los hombres le cabe la condición del más mundano: nadie es tan idéntico a sí mismo como al retarse con su pasado.


Aldo Sessa

Fotógrafo. Amigo de Adolfo Bioy Casares tras la muerte de Silvina Ocampo, con quien había publicado el libro Árboles de Buenos Aires.
Marzo de 1977
Con Silvina planeamos un libro. Soy amigo de ella. Me gustaría ser amigo de Adolfito, pero ellos no tienen amigos compartidos. Adolfito por eso guarda distancia. Sabe que soy ante todo amigo de su esposa.
1979
Llamo a casa de Silvina. Me atiende Adolfito. Sé que es él, aunque se hace pasar por un mayordomo con acento polaco. Es huraño para hablar por teléfono. Lo fatigan las guardias periodísticas. Le digo: Te falló el polaco, sé que sos vos. Aprovecho para hablar con él. Silvina me pidió que lo tantee, para ver si le gusta la cámara Polaroid. Le quiere regalar una.
Le pregunté si le gustaba la fotografía. Siempre me gustó, me dijo. ¿Y te gusta la Polaroid? Me encanta, me contestó. Empezamos a hablar sobre fotografía. Le conté que consigo engañar a la cámara. Retengo la distancia para obtener otra luz en un objeto secundario. Bioy se mostró de lo más interesado.
Diciembre de 1993
Llamé a Adolfito para darle mi pésame por la muerte de Silvina. Me gustaría hacerte un retrato, le dije. Me dijo que acepta.
Enero de 1994
Bioy vino a mi estudio en pasaje El Lazo. Vestía saco tweed gris y negro, como espigado. Llevaba sweater gris, y corbata y pantalón de franela grises. Lo tenía en las luces. Estaba blando, cálido, amistoso. Y entonces le dije: Siempre pensé en cómo me hubiera gustado ser amigo tuyo. Ahora lo somos, me contestó. Comencé a disparar mi cámara.


Carlos Gutiérrez

Mozo de La Biela, que frecuentó Bioy entre 1967 y 1994.
Mayo de 1967
Tengo 16 años. Estoy recién llegado de León, España. Me intriga ese caballero que me toca atender en la mesa 20. La mesa le pertenece. Siempre está bien vestido y sonriente. Está siempre bien acompañado.
Septiembre de 1975
Una señora quiso sentarse a la mesa del señor Bioy. Le expliqué que estaba ocupada. No hay nadie, me dijo. Le dije que estaba reservada. Pasó el rato y nadie la ocupó. No podía hacerle entender que la mesa está reservada, venga o no venga el señor, que nadie más la ocupa. Le damos trato preferencial, aunque él se conduzca como alguien común.
Agosto de 1994
Bioy entró a las 13, en punto. Lo noté desmejorado. Tiene dificultades para caminar. Se acercó sonriente, como siempre. Quiso saludar a todos. Hoy se metió en la cocina, hacía rato que no entraba a saludar, dijo. Lo ayudamos a sentarse. Le llevé el agua, como siempre. No toma otra cosa en el almuerzo. Qué metódico que es en el trato. ¿Se enojará alguna vez? Pidió carne, le gusta mucho. A veces pide pastas. Hoy se quedó tres horas. Lo interrumpieron un montón de veces mientras comía. Saludó a todos con la mejor sonrisa.


Silvia Renée Arias

Coautora de Los Bioy (Tusquets), junto a Jovita Iglesias, ama de llaves de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo.
Enero de 2014
Estoy de visita en mi país. Como cada vez fui a ver a Jovita. Está en un geriátrico sobre la calle Sánchez de Bustamante. Está frente al Cemic, donde quince años atrás murió Bioy Casares, para quien trabajó por más de cuarenta años.
Fui con Tito, el único pariente lejano que tiene y la visita. Apenas podía hablar. Sólo alcanzó a llorar al verme. Su mente vaga muy lejos de nosotros. No es la Jovita que conocí. Queda su dulzura, su mirada bañada en lágrimas. Es increíble el parecido con Bioy en sus últimos años.
13 de septiembre de 2014
Pienso en mi última visita a Jovita. Recuerdo que al verla pensé en los poderes adivinatorios de Silvina, que a Bioy impresionaban. Cierta vez, yendo en barco a Europa, Bioy lo bautizó "la nave de los condenados". Se había corrido la voz de los poderes adivinatorios de Silvina. La gente hacía cola en cubierta para que ella le adivinara el futuro. Una vez Silvina le leyó las manos a Jovita. Le dijo: "Vas a tener una vida larga, pero torturada". Y no se equivocó. Jovita cumple hoy 89 años.


Juan Lázara

Editor de Antes del 900 y Años de mocedad, relatos del Dr. Adolfo Bioy Casares, publicados póstumamente a pedido de su hijo. Su familia fue y es vecina desde mediados del siglo XIX del campo de los Bioy Casares, Rincón Viejo, en Pardo, Las Flores.
Mayo de 1997
Llueve y el frío es invernal. Estoy en la casa donde Adolfito vivió con Silvina Ocampo, Posadas 1650. Mientras espero que me reciba, me detengo en un grabado de Piranesi, de una ruina clásica. Los antiguos monumentos romanos aun en su vejez guardaban la dignidad de su esplendor pasado.
Apareció Jovita y me acompañó hasta la habitación de Bioy. Estaba leyendo. Su salud decayó un poco. Quizás es por haber contemplado antes el grabado de Piranesi, pero encuentro que Bioy se parece un poco a un viejo cónsul romano y otro poco a un Séneca desahuciado.
Le entregué el libro editado de su padre, el Dr. Adolfo Bioy. Se puso a llorar como un adolescente desconsolado. Se cerró el círculo: el Dr. Bioy había promovido la primera obra de su hijo financiando su publicación cuando tenía quince años. Ahora su hijo, Adolfo Bioy Casares, setenta años después, difunde la obra de su padre con su fama ganada.


Fuente: lanacion.com

EL "TEATRO COLÓN DE CRISTINA"
YA CUESTA EL DOBLE Y NO FUE HABILITADO

Su inauguración estaba planeada para los festejos del Bicentenario en 2010; todavía no hay una fecha para su habilitación; hasta el momento su construcción demandó $ 1870 millones; pedido de informe por parte de la oposición

El Centro Cultural del Bicentenario, el ex edificio del Correo Argentino. Foto: Archivo



Por Alejandro Shaw / La Nación

Estaba planeado que la inauguración del Centro Cultural del Bicentenario (CCB) fuese en 2010, pero más de cuatro años después, el ex Palacio de Correos continúa inhabilitado. Desde que comenzó la obra, el desembolso de dinero duplicó al presupuesto original, y según voceros de la Secretaría de Obras Públicas sumó hasta el momento $ 1872 millones. La construcción de este proyecto faraónico esconde dos grandes interrogantes: ¿Por qué demora tanto su habilitación? y ¿cuánto va a costar finalmente?
Distintas fuentes consultadas por LA NACIÓN coincidieron en llamar al CCB como "«el teatro Colón de Cristina», porque es una de la obras favoritas de la Presidenta". Los días patrios, cuando se encienden las luces de la cúpula de cristal, ella la puede ver desde la Casa Rosada.
En 2012 el centro cultural fue rebautizado con el nombre Presidente Dr. Néstor Carlos Kirchner . De esta forma, el proyecto dejó de ser alusivo a una fecha de semejante relevancia para la independencia nacional, como lo es la Revolución de Mayo, y pasó a engrosar la lista de obras que homenajéan al ex presidente.
Sumido en un largo retraso que incluyó una inauguración parcial, luego fue inhabilitado nuevamente. Además, hasta el momento, se realizaron 10 redeterminaciones de costos, que exceden a los montos asignados cada año en el presupuesto nacional.
Un parque industrial en la localidad de Viale (Entre Ríos), el Hospital El Cruce en Florencio Varela (Buenos Aires), la Casa Patria Grande en el barrio porteño de Retiro y una represa hidroeléctrica que piensa construirse en la provincia de Santa Cruz, son sólo algunos de los construcciones que llevan el nombre del ex presidente.
Sumido en un largo retraso que incluyó una inauguración parcial, luego fue inhabilitado nuevamente. Además, hasta el momento, se realizaron 10 redeterminaciones de costos, que exceden a los montos asignados cada año en el presupuesto nacional.
El Poder Ejecutivo nunca respondió los dos pedidos de informe sobre el estado de ejecución de la partida presupuestaria que presentaron diputados de la oposición.

Presupuesto duplicado

En el Boletín Oficial del 10 de febrero de 2009 se informó que el Ministerio de Planificación le adjudicó a la unión transitoria de empresas (UTE) conformada por las constructoras Esuco S.A. y Riva S.A -la misma que edificará el polo audiovisual en la Isla Demarchi- la construcción del CCB. El presupuesto asignado, es decir, el monto total estimado de la obra fue de $ 926 millones. Sin embargo, ese costo de construcción fue superado el año pasado y la obra sigue demandando más dinero.
En 2008, antes de que se iniciara la construcción del CCB, Planificación demandó para el proyecto $ 60 millones, según se informa en el sitio oficial de la Secretaría de Hacienda, dependiente del Ministerio de Economía.
En 2009, la cartera dirigida por Julio De Vido solicitó otros $ 114 millones. En 2010, Economía le asignó $ 85 millones. En 2011, el proyecto requirió $ 152 millones; y en 2012, otros $ 251 millones. Hasta ese momento la construcción del CCB había demandado $ 633 millones.
Sin embargo, fue en 2013 cuando la obra del CCB cruzó el umbral del presupuesto original porque el Ministerio de Planificación demandó $ 501 millones más. De esta forma, el año pasado los costos de la obra se excedieron por $ 239 millones y sumaron $ 1104 millones. Es decir, un 25,8 % más caro de lo planificado.
Con la obra lejos de estar terminada, el Presupuesto de 2014 incluyó una partida exorbitante para el CCB. La partida para este año fue de otros $ 657 millones, lo que sumó $ 1822 millones y, superó así $ 895 millones el monto original, es decir, un 96,76 % más caro de lo que se estimaba.
Vale aclarar, que a cada asignación aprobada en el Presupuesto Nacional, a los pocos meses le sucedió una redeterminación de montos. De esta forma, la última partida asignada al proyecto fue rápidamente superada por la décima redeterminación aprobada el 1° de abril pasado por el secretario de Obras Públicas, José López, uno de los funcionarios más cercanos al ministro de Planificación, Julio De Vido.
Según informó a LA NACION un vocero de la Secretaría de Obras Públicas, con ese último ajuste de costos, el valor de la obra asciende a $ 1872, superando en $ 946 millones al presupuesto original. Es decir, que se lleva invertido un 102,22 % más de dinero, el doble de lo que se esperaba gastar en la construcción del centro cultural.
El índice del Costo de la Construcción a nivel general desde que la obra fue iniciada, en 2009 hasta marzo de este año, evolucionó 2,49 veces, un 23 % superior a la relación de ajuste aplicada a la obra del CCB, que fue de 2,02 veces. No obstante, el pago de las ejecuciones anuales debido al valor tiempo del dinero -el beneficio de cobrar en etapas en lugar de hacerlo al finalizar la obra- hace que el costo final supere el monto actualizado del proyecto.

Debía ser inaugurado en 2010. Foto: Archivo

"Esto no es un ascensor, como se hacía antes. Ahora se adecúa el presupuesto como si fuese una escalera, cuando «salta un gatillo» determinado se ajustan los costos por análisis de precios y saldos de obra", dijo a LA NACION el secretario de Obras Públicas.

López agregó: "Antes, bajo la ley de mayor costo a la empresa se le reconocía un aumento de su beneficio. Si hoy cotizara la empresa, el monto de la obra sería de $ 2795 millones. Este nuevo mecanismo de redeterminación de costos contribuye a contener la inflación".
En el intento de aclarar el origen de esas dispersiones de precios, el secretario de Obras Públicas se contradijo: "Las redeterminaciones de costos no son producto de la inflación. Se originan por los aumentos salariales de cada gremio involucrado en la construcción". Entonces, según el funcionario, los salarios impulsaron que se haya duplicado el presupuesto del CCB.

Críticas

"El Poder Ejecutivo Nacional nunca respondió el pedido de informe sobre el estado de ejecución de la partida presupuestaria asignada al proyecto del CCB que presentamos en 2009. Por eso en marzo de este año presentamos un nuevo pedido de informe, que hasta el momento tampoco fue respondido", dijo a LA NACION la diputada Patricia Bullrich (Unión-PRO).
El 13 de agosto de 2009 un grupo de diputados nacionales presentó el pedido de informe 3842-D para que el Poder Ejecutivo detalle el estado de ejecución de la partida presupuestaria asignada al Proyecto 37 del Programa 25, correspondiente al CCB en el edificio del ex Palacio de Correos. Entre los firmantes estaban: Patricia Bullrich, Juan Carlos Scalesi, Norma Morandini, Claudia Gil Lozano, Ricardo Cuccovillo, Luciano Fabris, Miguel Ángel Barrios y Lidia Satragno. Nunca hubo respuesta.
"Queremos saber cuándo va a estar lista la obra y cuántas veces se va a pagar. No respetan los plazos de obra ni los presupuestos. Siempre sucede lo mismo: cuando hay déficit fiscal estas obras quedan fuera de agenda", agregó la diputada Bullrich.
Según la legisladora opositora, dejó de ser el Centro Cultural del Bicentenario para ser "el teatro Colón de Cristina" cuando le cambiaron el nombre por el del marido de la Presidenta. "Es una muestra más del culto autoritario que el kirchnerismo hace del ex presidente como si fuese un prócer de su propio gobierno", concluyó la legisladora.

La oposición pidió conocer las razones del incremento del presupuesto de la obra. Foto: Archivo

Una obra eterna

"Cuando el CCB quede terminado, el área total de la obra será de 110 mil metros cuadrados. Es el equivalente a cinco hospitales de 22.000 metros cuadrados en un solo edificio", dijo a LA NACION orgulloso el subsecretario de Obras Públicas, Abel Fatala.
Si bien se había anunciado que la inauguración de la obra sería el 25 de mayo de 2010 para los festejos del Bicentenario, a través de la resolución N° 50/2008 el Ministerio de Planificación informó, frente a la imposibilidad de cumplir con el plan anunciado, que el proyecto se dividiría en dos etapas. La primera debería estar lista en el 30 de abril de 2010, para cumplir con el plazo original.
En ese momento sólo se habilitó parcialmente el Área Noble durante un año y medio para llevar a cabo algunas actividades culturales y para lanzar el Plan Nacional Igualdad Cultural. Sin embargo, el edificio fue inhabilitado por razones de seguridad cuando comenzó la construcción en el Área Industrial.
Precisamente allí es donde se encuentra la Ballena Azul, el auditorio para 1960 personas y la mayor parte de la obra que, según los nuevos plazos, debería haber sido inaugurada el 25 de agosto de 2011. Según el secretario de Obras Públicas, José López: "Se hizo una habilitación parcial, pero no fue una inauguración en el sentido técnico de la palabra".
Durante una visita guiada el 13 de febrero pasado, los arquitectos anfitriones explicaron a LA NACIÓN que la obra sufrió un imprevisto durante la excavación necesaria para construir la sala de los equipos de ventilación debajo del Área Industrial, donde se encuentra el auditorio principal. "Surgieron problemas en el suelo para seguir excavando. Por eso se resolvió que lo mejor era trasladar la sala de máquinas a la Plaza del Tango, justo al lado del edificio".
Sin embargo, el secretario de Obras Públicas contradijo esa versión y declaró que el traslado se debió a razones prácticas. "Se decidió construir la sala de máquinas al lado del edificio, en la Plaza del Tango, para evitar vibraciones y ruidos molestos en los auditorios del centro cultural", dijo López.
El funcionario kirchnerista destacó que "lo importante es que la obra nunca se detuvo". Y agregó: "es el espacio cultural que Buenos Aires y el país se merecen, por eso estamos trabajando para inaugurarlo el 25 de mayo de 2015. Calculamos que entre septiembre y octubre del próximo año va a estar completamente funcional".

La celebración del Bicentenario

La Unidad del Bicentenario, una dependencia creada especialmente por Cristina Kirchner para organizar los eventos más emblemáticos del kirchnerismo, lleva gastados $710.442.279 en los últimos cuatro años, según publicó LA NACIÓN en abril. El presupuesto de la unidad creció un 38% entre 2010 y 2013. Los gastos ejecutados de 2014 hasta marzo son de $ 17.293.831 y, todavía, tiene previsto extenderse. El fondo es manejado por Javier Grosman, un ex empresario musical del under porteño, que es reconocido como el "productor artístico" del oficialismo y reporta ante el secretario general de Presidencia, Oscar Parrilli . La extensa lista de actos oficialistas organizados por la Unidad del Bicentenario se encuentran: el Paseo del Bicentenario, la celebración por los diez años de gestión kirchnerista, la llegada de la Fragata Libertad, la feria de ciencia y tecnología Tecnópolis, entre otros.


Fuente: lanacion.com

SILVINA OCAMPO Y ADOLFO BIOY CASARES: EXTRAÑA PAREJA

Grandes pasiones argentinas

Ella le llevaba once años, y desde que lo vio por primera vez, vestido de blanco, apuesto y hermoso como un dios, ya no pudo dejar de pensar en él. Se casaron y formaron una pareja particular. Ella, extraña y celosa, perdonaba todas las infidelidades de un hombre que, a pesar de todo, la adoraba




Siempre tiene frío. Esta noche, para sen-tarse a la mes­a se volverá a envolver en su tapado de piel de tigre. Ha mandado encender la calefacción, pero no demasiado. Para qué andar gastando; cuanto menos tenga que abrir las bolsas de plástico llenas de plata guardadas en el ropero, mejor será.
Desde la muerte de Marta, su mujer, el padre de Adolfito vive con ellos. Cada día, al regresar de su bufete de abogado, se cambia de arriba abajo para pasar al comedor, se sienta ceremoniosamente en el lugar indicado y come mirando el plato, esquivándole a ella la mirada y sin sumarse a las risas de Adolfito y de Borges: Georgie. Por suerte para ella vendrán los Pepes; Pepe Bianco, el escritor, y Pepe Fernández, el muchachito risueño que toca el piano, el amigo de Wilcock. A los Pepes y a Johnny (para ellos Wilcock siempre será Johnny) los hace venir para alivianar el aire, para no estar aislada; su suegro por su lado, Adolfito con Georgie por el suyo, y ella, sola.
Nada ha cambiado desde que era la hermana feúcha, la menorcita aplastada bajo el peso de las otras: Victoria, la brillante; Rosa, Pancha y Angélica, con su fama de ser la más inteligente de las cinco (la sexta ha muerto hace tiempo). Salvo Victoria, que reina majestuosa en San Isidro, sus hermanas siguen viviendo cerca, cada una en su piso, y ella arrinconada en el suyo. La calle Posadas prolonga la casa natal de la calle Viamonte. A falta de lugar en la banda poderosa de sus hermanas, Silvina siempre ha andado escabulléndose por los rincones, espiando, curioseando a los pobres, a los raros.
Ahora podría compartir las rarezas de Georgie y Adolfito, pero algo en ella se resiste a divertirse igual. Sus rarezas no son las mismas. Anoche se han reído juntos los dos durante toda la comida, imaginando colores cambiados. "¿Y si el cielo fuera verde?", decía Georgie. Ja, ja. "¿Y si el pasto fuera violeta?", decía Adolfito. Ja, ja, ja. En ese momento, hasta la seriedad inabordable del suegro le ha resultado más afín que esos chistes de nenes genios.
El suegro a ella no la quiere. Primero no la quiso por su amistad con Marta, demasiado íntima para su gusto. Pero el colmo para él fue asistir impotente al casamiento de su hijo, bellísimo, talentosísimo, riquísimo, con la feaza de los Ocampo, que tenía tanta plata como él, pero que le llevaba sus buenos años (las respectivas fechas de nacimiento, 1903, 1914, aún le suenan a insulto). Silvina no podrá hacerlo abuelo. La concentrada y oscura bronca ni siquiera se le calmará cuando Adolfito y Silvina viajen a Pau, Francia, para buscar a Marta, la hija.
Se estremece sin pausa, tal vez de miedo. Esa tarde ha visto a Alejandra, la poeta. Alejandra Pizarnik. Con Alejandra se ríe, pero comparte sobre todo el temblor. Ella también es una criatura feíta y abandonada. Por eso la ama: otra nena genial, pero habitante de una región profunda que no acepta risitas de niños bien. No es que Alejandra sea compungida ni solemne, es que sus enigmas no son un juego. Los de ella tampoco. Enigmas espeluznantes de verdad, porque rozan la muerte: ¿qué son los cuentos de Silvina sino pequeños sepulcros adornados con plumas y piedritas, ritualesÛ de niña mala que ha matado un insecto y le rinde honores?
La primera vez que lo vio, en 1933, en casa de Marta, Adolfito llevaba una raqueta de tenis. Su belleza le resultó una puñalada. A ella le bastó verlo para sentirse desesperada de celos. Pero algo había en él peor que su hermosura: sus ojos hundidos bajo unas cejas despeinadas por un viento invisible revelaban su desamparo. Silvina en eso no era diferente de cualquier otra mujer: podía resistirse a la salud, a la fuerza; al desamparo no. Por lo demás, en ese rostro tan fino se anunciaba un rasgo futuro, al que tampoco se resiste ninguna mujer: con el tiempo, a ambos lados de la boca, los músculos se le dibujarán con nitidez, labrándole dos surcos que no aludirán a vejez, sino a virilidad. Poco tiempo después, el muchacho estatuario publicaba La invención de Morel.
Le propuso casamiento siete años más tarde. Ella se preguntó por qué razón la elegía, elegante, graciosa, creativa y Ocampo, pero madura, nada linda y de una sexualidad incierta. Sospechó que la elegía por razones literarias y, más oscuramente, para acercarse a su madre por caminos oblicuos. Después ya no se preguntó más nada: Adolfito y Silvina se convirtieron en ese monstruo de dos cabezas llamado pareja. Aunque cada uno de los dos existió por separado -él con su guirnalda de amores, ella también enguirnaldada pero menos, apartada y secreta, jugando a las escondidas, como siempre-, los dos existieron en conjunto. En la pareja de Silvina y Adolfito cabían muchos. No por eso dejaban de ser la criatura bifronte denominada los Bioy.
Silvina sabe todo, acepta todo y se calla, pero tiembla sin pausa. Tiene terror de las noches en las que él tarda en llegar. Para espiarlo, pone una silla delante de la puerta. El correrá la silla al abrir, y ella al oír el ruido se volverá a la cama a hacerse la dormida. Sentirse ridícula no disminuye la quemazón de la rabia.
Quizá Georgie tenga razón cuando dice: "Yo sospecho que para Silvina Ocampo, Silvina Ocampo es una de las tantas personas con las que tiene que alternar durante su residencia en la Tierra". Nadie podrá afirmar nunca cómo es Silvina; a lo sumo podrán preguntar: ¿cuál de ellas? Algunas Silvinas, por desgracia, se reconocen entre sí: la que al ver a Adolfo Bioy Casares con su raqueta de tenis sintióque su belleza la apuñalaba es la misma que por las noches espera su regreso, temiendo que alguien esta vez consiga retenerlo y ella lo pierda.
Su cuarto está caldeado, pero se estremece como nunca. Puede entenderlo todo, hasta que Adolfito la traicione con su propia sobrina. Pero no hay adivino que no tiemble, y Silvina adivina lo que vendrá. Como si ya intuyera el peligro que representará para ella el amor de Adolfito por Elena Garro. La mujer de Octavio Paz, excelente autora de cuentos fantásticos, escribirá una novela titulada Recuerdos del porvenir. Silvina siempre ha tenido recuerdos del porvenir. Ahora cree recordar un futuro en el que Adolfito se habrá ido con la escritora mexicana, y entonces mete la cabeza entre sus pieles de fiera frágil.
Si por lo menos Adolfito y ella hubieran continuado escribiendo de a dos. Si ella le hubiera demostrado que su guirnalda podía ser de mujeres, pero jamás de escritoras. Si ambos se hubieran convertido en otro monstruo de dos cabezas, pero esta vez literario: un Bustos Domecq formado por ambos Bioy. Al principio lo ha intentado: en 1946, Silvina ha escrito con Adolfito una novela policial de título elocuente, Los que aman odian. Ha sido una parodia, porque está escrita en broma, y porque Silvina se ha esforzado en adaptarse a los misterios de Bioy, que se resuelven gracias a una trama rigurosamente controlada, mientras que los de Silvina quedan flotando. Imposible competir con Georgie en ese terreno; la complicidad literaria ya no ha sido con ella, sino con él. ¿Pero entonces a ella qué terreno le queda, salvo escribir lo suyo en soledad? 
Esa noche de 1954, Silvina entra en el comedor envuelta en sus tigres, como una actriz adulada que en el fondo se muere de timidez. El suegro, Georgie, los Pepes y Adolfito la esperan desde hace rato. Se levantan, corteses. El cocinero de toca y el maître d'hôtel de guante blanco que presenta la bandeja se han esmerado: el soufflé está en su punto, la comida transcurre como siempre, ritual inamovible en el que Georgie y Adolfito comparten ese sentido del humor que a ella la cansa. Como siempre también, después del último bocado el suegro se despide y Adolfito se retira con Georgie al salón del café. Los Pepes la rodean inquietos. Son los únicos que se han dado cuenta de su inusual palidez. Silvina cae desvanecida. Hay corridas y gritos; Adolfito se asoma con la cara desencajada. Se la llevan alzada, llaman a un médico que diagnostica meningitis. Abrazado a sus amigos, Adolfito llora como un chico repitiendo: "Pero yo qué voy a hacer si Silvina se va, qué voy a hacer sin Silvina". Ella no puede oírlo. Si lo oyera entendería que su marido nunca se irá, porque sencillamente la adora.
Poco tiempo después viajaron a Pau para buscar a la nena, Marta, nacida tres meses antes. Un viaje del que Silvina regresaría convertida en madre legal. Cosa inesperada, la hija de Adolfito con esa presunta costurera que cumplió con su pacto de hacer mutis por el foro, a Silvina se le metió en el alma. (Cuando con el tiempo lleguen los nietos, Florencio, Lucila y Victoria, se mostrará igual de cariñosa). Nadie la había creído capaz de sentimientos maternales, ni siquiera ella misma, y sin embargo sí, los tuvo. Al principio lo hizo por Adolfito: él deseaba hijos y le rogó que hiciera de madre de este bebé. Después lo hizo porque Martita le cayó bien. Descubrió el placer de celebrarle los cumpleaños, de llevarla al Zoológico. Y se rió durante años del día en que enfrentó a la beba por primera vez. Estaba colorada hasta las orejas y, de puro nerviosa, dijo la primera zoncera que se le ocurrió: "Qué naricita más chica tiene, ¿no será homosexual?" "No -le contestó Adolfito, muy serio, como si la pregunta le pareciera de lo más atinada-; es que es ñatita".
Extraña Silvina. Extraña relación de pareja que no se pareció a ninguna, pero que lejos de ser una tranquila amistad fue un agitado amor.
Silvina Ocampo murió en 1994. Veinte días después de su muerte, su hija Marta murió atropellada por un automóvil. Bioy Casares las sobrevivió cinco años. Finalmente, había sido Silvina la que lo había abandonado a él. Cuando se hizo evidente que ella se tropezaba con las cosas, con las ideas, él contrató a unas cuidadoras encargadas de vigilarla. De creerle a su mucama Jovita, testigo de una de las Silvinas que compusieron a Silvina, la anciana señora no se lo perdonó. Nunca más volvió a hablarle. Arrodillado ante ella, el viejo señor le suplicaba llorando como un chico, igual que en 1954: "Silvinita, por favor, contestame, dame un beso, Silvinita, no me dejes aquí". Ella le daba vuelta la cara, por una vez de viaje sin él.
 
* Periodista y escritora.

Fuente: lanacion.com

EL ARTE DE ESCRIBIR LOS PORMENORES DE OTRO

Con Boswell como modelo. El registro minucioso de las conversaciones de sobremesa con Borges por más de 40 años revela y refuerza la complejidad existencial de esa amistad.
Intimos. Así fueron los dos escritores, pero queda la duda de si Borges estaba al tanto de las notas que Bioy tomaba sobre él y sus charlas.
Por Isabel Stratta

Cada quien debe llevar el diario de otro, porque nada es tan difícil como juzgar los hechos que nos conciernen personalmente”, escribió Bioy en uno de sus ensayos, citando a Oscar Wilde, y esa paradoja sobre los llamados géneros personales parece verificarse en su propia obra. Dos diarios de Bioy Casares se publicaron después de su muerte: uno de ellos, Descanso de caminantes ( 2001) combina observaciones sobre el mundo, reflexiones sobre el paso del tiempo, retazos de introspección y confidencias galantes, al más clásico estilo de los diarios íntimos. El otro, titulado Borges (2006), registra décadas de conversaciones con el amigo escritor. Más discutido, el ambicioso, deslumbrante y por momentos enigmático Borges puede ser también, quizás, lo que más perdure de la obra del Bioy diarista.
El inglés acuña palabras para casi todo. Ser “el Boswell” de alguien es una expresión idiomática que significa seguirlo de cerca y estar pendiente de sus dichos y acciones (thefreedictionary.com). También existe el adjetivo Boswellian: un boswelliano es definido en el Merriam Webster como “alguien que registra en detalle la vida de un contemporáneo por lo general famoso”; Trahair en su diccionario de epónimos explica que boswelliano es un “estilo de biografía o de relato de vida observante y devoto”.
En el origen del calificativo están los diarios en los que el escocés James Boswell registró sus conversaciones con el lexicógrafo y literato inglés Samuel Johnson a mediados del siglo XVIII. Lo que Boswell minuciosamente anota incluye no sólo los pensamientos notables o las disquisiciones eruditas de Johnson sino también detalles sobre cuestiones tan variadas como el estado de su peluca, sus tics o sus procesos digestivos. El wit de Johnson emerge en sus mejores conversaciones, pero Boswell, como diarista, no hace distingos entre las opiniones ingeniosas y los comentarios sobre la cocción de una pata de cordero o las caderas de una señora, y los atesora a todos en el diario.
Las conversaciones transcurren en tres meses del año 1763 (en los que Boswell se trasladó a Londres, logró ser presentado a Johnson y lo siguió día y noche) y luego, más raleadas, a lo largo de varios años. Tras la muerte del Dr. Johnson, y a pedido de un editor, Boswell compuso una monumental biografía basada en sus propias anotaciones.
Un rasgo que siempre ha llamado la atención de los críticos es que Boswell no es pudoroso a la hora de relatar situaciones en las que él mismo queda en ridículo, empezando por el trato poco amistoso que recibió de Johnson el día en que se le presentó en una librería. Para muchos, como Macaulay, eso muestra la falta de discernimiento de Boswell, ya que “sólo un imbécil” puede esforzarse en difundir episodios en los que sale tan mal parado; Carlyle, en cambio, opinó que debajo de ese desparpajo había una intuición firme sobre lo que valía la pena contar, buenas facultades de observación y aptitud dramática.
La afición por la Vida de Samuel Johnson fue una pertenencia literaria que Borges y Bioy Casares gozosamente compartieron (al mismo tiempo que de manera ostensible descalificaban, por otra parte, las reverentes y alabadas conversaciones de Goethe con Johann Peter Eckermann). En su Introducción a la literatura inglesa y en sus clases universitarias de la materia, Borges se ocupó extensamente de la dupla Johnson-Boswell. En una breve memoria de los años 60 sobre Borges –“Libros y amistad”–, a la hora de evocar las obras y autores de los cuales hablaban con más frecuencia, Bioy menciona a Johnson en el primer lugar. Bioy llegó a considerar al biógrafo más atractivo que su biografiado: en una charla en México en 1991, por ejemplo, sostuvo que si bien Johnson era el autor eminente, para él lo interesante era leer a Boswell.
A mediados de la década de 1940, Borges y Bioy Casares propusieron a la editorial Emecé una colección de obras escogidas de autores clásicos. Como parte del plan, trabajaron entre 1945 y 1946 en la selección de textos para una “Suma Johnson-Boswell”, que iba a llevar un prólogo de Bioy. En 1946, por razones comerciales, la editorial desistió del proyecto; del año siguiente, 1947, data la primera anotación en el diario de Bioy sobre Borges.
El Borges , que se extiende a lo largo de más de cuarenta años y 1600 páginas, da al lector una oportunidad de asomarse a los hábitos mentales del autor de Ficciones (especialmente su capacidad de encontrar posibilidades literarias en las zonas más impensadas del lenguaje y el razonamiento), a su peculiar humor, a sus gustos y también a la trama de sus prejuicios y odios.
También es la historia de una amistad, con dos personajes que, como sucede en cualquier diario, evolucionan a medida que el texto avanza. Uno, “Bioy” comienza como una figura entre bastidores, responsable sólo de las acotaciones escénicas necesarias para enmarcar los dichos de “Borges”. Con el tiempo, este narrador se sentirá autorizado para extenderse a observaciones sobre el carácter de “Borges” –sus pequeñas o grandes vanidades, sus torpezas como galán, su modo de envejecer– al mismo tiempo que se reserva para sí mismo una imagen más cauta, más tolerante y mundana.
¿Privilegios compensatorios de un narrador que se describe en ocasiones ninguneado por su amigo? Las amistades literarias, tanto o más que las otras, son complejas.


El “Borges”: qué lo hace extraordinario

Memoria del amigo. Mil seiscientas páginas ordenadas bajo la forma del diario conforman un libro único en su especie.

Escritor y discípulo. La publicación del “Borges” plantea un intrincado problema autoral.

Por Martín Prieto


En 1931, o en 1932, en el trayecto entre San Isidro y Buenos Aires, Jorge Luis Borges, que tenía algo más de 30 años, y Adolfo Bioy Casares, que tenía 18, iniciaron una larga conversación que será asidua y armónica hasta mediados de los años 70, e intermitente y ruidosa desde entonces hasta la muerte de Borges, en 1986. El producto más importante de esa amistad personal y literaria (si es que de las amistades puede esperarse algo así: de las literarias probablemente sí) no han sido los libros escritos en común bajo diversos y celebrados heterónimos, ni esas dos obras-tándem, escritas por uno y comentadas victoriosa y convenientemente por el otro ( La invención de Morel , de Bioy Casares, prologada por Borges, El jardín de los senderos que se bifurcan , de Borges, reseñada por Bioy Casares en Sur ) sino el extravagante Borges de Bioy Casares, un libro singular por lo menos por dos razones (además de la meramente estadística de su tamaño descomunal). Una es de orden formal. Ni memoria, ni biografía, ni diario íntimo en su subespecie “diario de escritor”, pero tomando un poco de cada uno de esos géneros vecinos pero encontrados, el Borges conforma finalmente uno nuevo: el diario de un escritor cuya materia no es la vida del propio diarista, sino la de otro escritor. La otra singularidad, que condiciona radicalmente la anterior, se asienta en la autoría del volumen: ¿quién escribe y compone el Borges ? Lo escribe y firma Bioy Casares, eso está claro. Pero lo escribe casi al dictado de Borges. Como si Borges, conociendo la ambición memorialista de su joven amigo y discípulo, en cada una de las repetidas visitas a su casa desde el miércoles 21 de mayo de 1947 en adelante, con su extraordinaria oralidad de la que dan cuenta decenas de registros radiofónicos, magnetofónicos, televisivos, plantara guiones para que Bioy Casares los transcribiera inmediatamente, apenas el visitante cruzaba la puerta para irse. Carlos Mastronardi, el primer gran amigo literario de Borges —del Borges poeta, ensayista, criollista, martinfierrista y caminador de los años 20— había hecho lo mismo, aunque de eso nos enteraríamos muchos años después, después aun de que se publicara el Borges , y con un afán diferente, acorde con el espíritu del gran poeta entrerriano, más analítico y, por lo tanto con un registro mucho menos mimético que el de Bioy Casares. La prueba: el B de Mastronardi, en su Obra completa . Y eso que escribe Bioy Casares casi al dictado de Borges es, además, editado por Daniel Martino. Es decir, no es que Bioy Casares escribiera —como sí hizo Mastronardi— un diario exclusivo sobre Borges, sino que es Martino quien de un cuerpo enorme de diarios, cuadernos de apuntes, cartas, libretas y anotaciones personales de Bioy Casares, escritos a lo largo de más de cincuenta años, selecciona todas las entradas referidas directa o indirectamente a Borges, que conviven, en el corpus, “con el testimonio de la vida cotidiana y el frecuente examen de cuestiones de conducta” y compone, de este modo, el Borges del 2006, revisado (y leído íntegramente por lo menos dos veces) por el mismo Bioy Casares pocos años antes de morir. Un falsamente distraído dictante, un amanuense adiestrado por el propio dictante en el arte de escribir y un oportuno editor que percibe, con todos los materiales a la vista, el cambio de peso entre la prosa íntima de Bioy Casares cuando escribe sobre sus asuntos (las mujeres, las reuniones en el Jockey Club, el uso del castellano en Barrio Norte, el pase de manos de una estancia, los escritores que no son Borges) y cuando escribe sobre Borges. Y no parece que el cambio se produzca por la modificación del objeto narrado, sino porque, complejamente, el objeto impone su condición narrativa al sujeto narrador. Eso, hasta fines de los años 70, cuando Borges no sólo frecuenta menos la casa de Bioy Casares sino que además, debido a su paulatino deterioro físico, habla menos y el personaje ya no puede ser sostenido por su propia voz. Pero por lo menos 1500 de sus 1600 páginas dan cuenta de la enorme diferencia entre el pujante pulso narrativo del Borges (no dado por la trama ni por el crecimiento del personaje, sino por el estímulo que la lectura de una entrada provoca sobre la lectura de la siguiente) y el otoñal tono anodino de la mayoría de las prosas autobiográficas de Descanso de caminantes o de Guirnalda con amores . Esa complejidad autoral es, a su vez, la que enrarece y hace explotar toda convención genérica y convierte al Borges en un libro extraordinario, único en su especie y por lo tanto, y melancólicamente, en un libro final. 

Martín Prieto es ensayista, poeta y docente universitario, autor de una Breve historia de la literatura argentina .


 Fuente: Revista Ñ Clarín

LA HERENCIA DE BIOY:
AMORES SECRETOS Y MUERTES EN UN JUICIO DE PELÍCULA

A 100 años del nacimiento del escritor, gran parte de su legado quedó en manos de la madre de su hijo extramatrimonial.

Matrimonio literario. ABC y Silvina Ocampo, a las puertas del sanatorio Cemic el 9 de septiembre de 1979./ARCHIVO
   Matrimonio literario. ABC y Silvina Ocampo, a las puertas del sanatorio Cemic el 9 de septiembre de 1979./ARCHIVO

Raquel Garzón


“Siempre pensé que las bombas de tiempo debieran llamarse testamentos”, escribió Adolfo Bioy Casares, Premio Cervantes 1990, al recordar las esquirlas que dejó la herencia de su abuela. Pero la frase, recogida en Descanso de caminantes, una edición de sus diarios íntimos publicada en forma póstuma, resume como ninguna lo que pasó cuando apareció su propio testamento, pocos días después de su muerte, el 8 de marzo de 1999. En él, Bioy dejaba el 20 por ciento de sus bienes (que incluían un departamento en Cagnes-sur-Mer, Francia, donde el autor de La invención de Morel amaba pasar el verano), a Lidia Ramona Benítez, su enfermera.
El 80 por ciento restante debía dividirse en dos mitades: una para su hijo, Fabián Bioy Demaría, y la otra, entre sus tres nietos, hijos de Marta Bioy Ocampo. Una seguidilla inconcebible de muertes –la de la escritora Silvina Ocampo, su mujer, en 1993, luego de años con Alzheimer; la de su hija Marta, víctima en 1994 de un accidente de tráfico ridículo y fatal; la del mismo Bioy Casares en 1999 y finalmente, la de su hijo Fabián, en 2006, a los 42 años de edad– encadenó varios juicios sucesorios con un resultado insospechado. La carambola del destino quiso que los derechos de autor de dos de los escritores más espléndidos de la literatura argentina del siglo XX y gran parte del patrimonio en juego –valuado provisoriamente en 2007, con un dólar a $3,15, en poco más de 8,5 millones de pesos, según surge del expediente judicial, que consultamos– estén desde el pasado marzo en manos de la madre de Fabián, una de las amantes de Bioy, seductor tan aplicado como admitido.
Al conmemorarse mañana el centenario de su nacimiento, detenerse en los detalles nunca revelados de este folletín judicial de casi 15 años y más de 4.000 fojas es indagar no sólo en las reediciones y futuros libros de inéditos de ABC y de Silvina, sino también en el destino de uno de los tesoros más preciados de cualquier autor, su biblioteca: unos 20 mil tomos de enorme valor literario y económico, que la Universidad de Princeton quiso comprar y trasladar a los EE.UU. en 2000 (Ver en la pág. 44 “La biblioteca ...”).
La saga refleja, además, los efectos de la inestabilidad política de nuestro país y sus cicatrices en un patrimonio familiar: el expediente registra cómo, desde 1999 las valuaciones de los bienes y demás cuentas involucradas en la sucesión sufrieron los vaivenes del país. Empezaron en tiempos de convertibilidad y luego fueron parcialmente pesificados, recalculados en diversas ocasiones y consumidos por gastos de mantenimiento, honorarios de abogados y peritos e inflación.
Las versiones difieren: allegados al escritor sostienen que su intención de beneficiar en el testamento a Benítez, la enfermera que lo asistió los últimos nueve años de su vida, era conocida y habría complicado la relación de Bioy con sus nietos, Florencio, Victoria y Lucila, huérfanos desde 1994, quienes a partir de la muerte de su madre, vivieron estos juicios sucesivos como un “trauma” que les llevaba la vida entera, según una fuente que pide reserva. Consultados por Clarín para este artículo, los jóvenes Bioy declinaron participar por tratarse de “un tema muy personal”. Pero declaraciones previas de Florencio, realizadas a Alejandra Rodríguez Ballester para la revista Ñ, traslucen el desgaste emocional de haber vivido “desde los 20 años en sucesión”.
Otras fuentes (entre ellas una entrevista con Fabián, el hijo de Bioy, publicada el 20 de marzo de 1999 en el diario madrileño ABC) indican que la familia se enteró de que Bioy Casares dejaba a la enfermera el quinto de su fortuna cuando Lidia reclamó judicialmente el inventario y la tasación de la biblioteca y demás bienes de los pisos 5to y 6to de Posadas 1650, donde Bioy y Silvina Ocampo vivieron gran parte de su matrimonio de 53 años. La propiedad –697 metros cuadrados más terraza, situados en una de las mejores esquinas de Recoleta– se vendió por dos millones setenta y cinco mil dólares, en diciembre de 2000. Pero recién en junio de 2013 la justicia ordenó que parte de ese dinero se usara para pagar el grueso del legado. La enfermera cobró, en efectivo, 307.706 dólares, salvados de la pesificación por su carácter de depósito judicial (según resolución de abril de 2002).
No es la única sorpresa de un juicio sucesorio que bien valdría una serie de televisión y del que participaron decenas de abogados (algunos murieron y fueron reemplazados por sus herederos a la hora de trabajar o de cobrar), escribanos, administradores provisorios, peritos, tasadores y expertos varios. Hoy los derechos de autor de la obra de Adolfo Bioy Casares –valuados en diciembre de 2005 en poco más de un millón y medio de pesos– y la mitad de los de Silvina Ocampo –tasados en 258 mil- no están en manos de su familia. Pertenecen a Sara Josefina Demaría, madre y heredera de Fabián Bioy Demaría, el hijo extramatrimonial que Bioy Casares tuvo con ella en 1963. “Finita”, una bellísima mujer de alta sociedad por entonces casada con Eduardo Ayerza, con quien tuvo otros tres hijos, se separó cuando Fabián tenía 6. Al morir este en 2006, soltero y sin descendencia, lo heredó su madre.
La razón de los porcentajes asignados a Fina Demaría y a los nietos de Bioy tiene fundamentos legales. Reconocido por Bioy en 1998 (hasta entonces llevaba el apellido Ayerza), Fabián heredó de su padre bienes y derechos, entre ellos, la mitad del patrimonio de Silvina Ocampo que Bioy recibió a la muerte de ésta, en 1993. Durante el juicio sucesorio, además, Fabián inició otro contra sus sobrinos, para compensar valores por una porción de Rincón Viejo, un campo que el escritor había donado a su hija, Marta Bioy Ocampo (concebida con otra de sus amantes, María Teresa von der Lahr, y luego adoptada, amada y criada por Silvina como propia).
Rincón Viejo, en Pardo, provincia de Buenos Aires, es una propiedad de más valor literario que económico (más de siete millones y medio de pesos, según una tasación judicial provisoria de 2007). Allí, promediando los años 30, Bioy y Borges iniciaron su trabajo en colaboración escribiendo un folleto de yogur para La Martona, empresa de los Casares, la familia materna de Bioy (para otro artículo guardamos el análisis de la increíble amistad entre el donjuán irrefrenable y el tímido sin suerte). Este campo, especialmente querido por Bioy, fue también el sitio donde él y Silvina vivieron antes de casarse y donde él escribió algunas de sus obras esenciales, como la novela El sueño de los héroes (1954). Respetando el deseo del escritor, Rincón Viejo quedó en manos de la familia de Marta. Pero la Justicia reconoció a Fabián el derecho a ser compensado por su valor, de allí que la mayor parte del dinero obtenido por el piso de Posadas le correspondiera a él y, a su muerte, a su madre, Fina.
El campo es administrado por Florencio Basavilbaso Bioy, el nieto mayor del escritor. A él y a sus hermanas –Victoria y Lucila– corresponde la otra mitad de los bienes y derechos de autor de Silvina Ocampo, heredada por Marta. Y además, los derechos morales sobre las obras de sus abuelos. Explica un conocedor de la causa, quien pide anonimato: “Los derechos morales que apuntan a preservar la integridad de una obra y la buena imagen de un escritor, tras su muerte le corresponden más a su sangre que a cualquiera. A Fabián y a Marta, sus hijos, si hubieran vivido; no estando ellos, a sus nietos.”¿Podrían oponerse los nietos a editar o reeditar algunas obras que encontraran inconvenientes? “Tendrían voz en el tema, pero no creo que requieran hacerla oír nunca, porque es un trabajo que se hace con mucho conocimiento y respeto”, señala el experto. Este juego de equilibrios se relaciona con los inéditos de ambos autores en cuya edición y puesta en valor trabajan, desde hace años, los curadores Daniel Martino (de la obra de Bioy) y Ernesto Montequin (de la obra de Silvina Ocampo). El diario íntimo que Bioy llevó por medio siglo le fue donado por el propio Bioy a Martino, junto a quien trabajó los últimos años de su vida en la preparación del monumental Borges. “Los derechos de autor son de Fina Demaría, pero la decisión de qué se publica, cómo se publica y cuándo se publica corresponde a Martino”, precisa esta fuente. Hay además fotografías, una obra que Bioy desarrolló entre 1958 y 1971 y que recién empieza a ser valorada (recogida en Revista Ñ, el 30/8). Una selección integra la muestra “El lado de la luz, Bioy fotógrafo”, que se inaugura el 25 de este mes en el Centro Cultural San Martín.
La conservación y el destino de la biblioteca y papeles privados hallados en el piso de Posadas –que se asignaron en la partición por mitades a la Sra. Demaría y a los nietos de Bioy– mereció un incidente judicial aparte. “Nadie quiere hablar de valores”, afirma un allegado a los herederos. “En 2000 hubo una oferta de la Universidad de Princeton por la biblioteca, pero como todavía no se sabía a quién le iba a tocar y la valuación estaba pendiente, se desestimó.” La oferta de esa universidad llegó al juzgado por correo. En lo peor de su enfrentamiento con el ex marido de su hija Marta, Teresa Costantini ofreció comprarle la biblioteca a Bioy por un millón de dólares, con uso de ésta para Bioy. Recuerda Soledad Costantini, su hija: “Había tantos problemas en la familia por esos años, que mi madre juzgó con sensatez que no teníamos garantía de que podrían cumplir un trato así”. Pero no es la única. En una audiencia del 8 de abril del 2003, el expediente registra otra “propuesta de compra”, ésta de US$ 200 mil, tampoco aceptada. Entretanto, la Biblioteca Nacional está interesada, según dijeron.


La historia del legado que dejó a su enfermera




La decisión de Adolfo Bioy Casares de legar el 20 por ciento de sus bienes a su enfermera, Lidia Ramona Benítez, se explicaría según conocidos de la familia por dificultades financieras que impidieron al escritor pagarle el sueldo en los últimos años. Allegados al escritor que visitaban semanalmente el departamento de la calle Posadas descartan esa posibilidad por descabellada: si bien es cierto que el patrimonio familiar había conocido mejores tiempos, los bienes que Bioy dejó al morir –tasados provisoriamente en 2007 en más de ocho millones y medio de pesos, según el expediente de su juicio sucesorio– bastan para desmentir esas versiones. Lo cierto es que desde 1996, Bioy reconocía apremios económicos derivados de reclamos judiciales de Alberto Frank, ex esposo de su hija Marta, casada y divorciada dos veces (primero de Eduardo Basavilbaso y luego de Frank). Tras la muerte de Marta en enero de 1994, Frank demandó a Bioy en nombre de su hija Lucila, menor de edad por entonces, reclamando parte de la venta de un campo. Esta situación mortificó mucho a Bioy y fue comentada en el ambiente literario (María Esther Vázquez le dedicó una columna en La Nación).
Tras la muerte de Bioy, el juicio se transformó en arena de otros combates. Las tensiones registradas entre la enfermera y Jovita Iglesias, ama de llaves que acompañó a la familia por medio siglo (coautora junto a Silvia Renée Arias del revelador Los Bioy), son dignas de un cuento de Silvina Ocampo. En la audiencia inicial los familiares del escritor acuerdan definir una suma de dinero para Jovita “en agradecimiento por los servicios prestados”. A su turno, la abogada de Benítez, se opone. La actitud se repetirá con toda decisión que beneficie al ama de llaves: cuando se acuerda que Jovita ocupe el departamento de Posadas hasta su venta (“la legataria manifiesta su disconformidad con este punto”) y también cuando los herederos aceptan pagar durante ese lapso los gastos fijos del inmueble (“con la disidencia de la representante de la legataria”).


La biblioteca de tres maestros,
en 400 cajas y en un depósito de alquiler

Dicen que era impactante. Que ocupaba las paredes de varios ambientes del enorme piso de la calle Posadas, de 697 metros cuadrados y dos plantas, donde Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares pasaron 45 años juntos viviendo en el corazón caliente de una biblioteca. Hoy esos libros no parecen tener destino en esta tierra. Fueron infructuosas las serias tratativas de la Biblioteca Nacional y otras entidades por comprarlos. Esta, con certeza la mayor biblioteca argentina del siglo XX, está guardada en 400 cajas.
Habría que oír con atención lo que dijo el propio Boy en 1996, cuando afrontaba un juicio penoso del segundo ex esposo de su hija Marta, ya fallecida, y su casa y sus pertenencias peligraban: “Si él gana el juicio, yo debería pagarle una suma cercana a los dos millones quinientos mil pesos. Eso para mí sería la ruina. Tendría que vender mi casa y todo lo que tengo incluida mi biblioteca, que es mi vida y que pensaba donar al país”.
Uno de quienes solía visitar la residencia en vida de la pareja era Alberto Casares, dueño de una preciosa librería de anticuario sobre la calle Suipacha. Cuenta que esa biblioteca-río se había formado a partir de caudales de diversa procedencia, familiares y propios, y que en su totalidad, era lo que se conoce como una “biblioteca de trabajo” de tres maestros, con un gran sector sólo de libros de Borges. Contenía entonces cientos de primeras ediciones de ellos y aún del cuarto y el quinto amigo, ejemplares de Bustos Domecq y Suárez Lynch, como Borges y Bioy firmaban sus obras en colaboración.
Muchos ejemplares llevan anotaciones al margen, pequeños regueros de tinta azul o negra que Borges estampó con su letra microscópica (una primera edición del Ulises de Joyce en inglés anotada por él).
Cuando Bioy murió, Fabián Bioy Demaría, su hijo y principal heredero, llamó al librero para que hiciera una valuación del acervo. Pero no pagó por un inventario serio, de modo que Casares optó por filmar los lomos en los estantes continuos, a fin de transcribir los títulos luego. Así lo cuenta: “Tuve que hacer una suerte de valuación preliminar. Cuando llegué había 16 mil libros pero ya había huecos. La familia tenía el apuro de vender el piso, de manera que la cotización fue muy rápida. Saqué el material de las estanterías y lo puse en cajas. Se guardaron en un depósito hasta que el juez ordenó que se repartieran en diez lotes equitativos en calidad y precio”. El patrimonio circuló por varios depósitos: en la Biblioteca Nacional, según un entendido estaba apilado bajo un techo de chapa en un cuarto sin ventanas; otro librero los encontró en jaulones con candado. Hoy los libros siguen deteriorándose en 400 cajas, en un depósito de alquiler en los subsuelos del edificio del Banco Central. Casares opina que los libros deben permanecer juntos: “Sería lindísimo que la comprara la Biblioteca Nacional”.
Y allí coinciden. En 2007 Carlos Bernatek y un grupo de expertos de la BN empezaron los trámites para la compra. Abrieron cajas, pero no pudieron hacer un inventario. Bernatek calcula que les habría llevado seis meses hacerlo pero los herederos no se decidían a costearlo. La Biblioteca ofreció una suma que a los herederos les pareció baja. Bernatek expresa su deseo de que los libros estén allí. Para que este feliz destino aconteciera, debería haber una tasación, un inventario sólido y consenso entre los herederos. Ojalá estos caminos se crucen más temprano que tarde.

Las imágenes de la cámara de Bioy
que él no llegó a ver


Le vendió su máquina Hasselblad a un fotógrafo, quien se encontró las fotos en un viejo rollo sin revelar.


¿Ve ese bolso que está ahí? Abralo . Adolfo Bioy Casares le señala a Juan Pangol, el camarógrafo que hacía unas tomas para la TVE en el piso de Posadas, su pasión secreta: la fotografía. Dentro del bolso estaba la Hasselblad 500C, el Rolls Royce de las cámaras del siglo XX, la que viajó a la Luna. “Al verla enloquecí –cuenta hoy–, salió de él contarme cómo sacaba fotos y entendí que teníamos el mismo amor”.
Terminaba 1998 y su comentario lo animó a pedirle a Bioy que posara para él, los dos solos, tranquilos. Semanas después se concreta la cita, con el modelo de punta en blanco, como se ve en la serie que Pangol le envió después de regalo. “Al señor Bioy le gustaron tanto sus fotos que quiere que usted tenga la cámara de él” escuchó al teléfono, en la voz de la secretaria, dos semanas más tarde.
Superado el shock, prepara una cámara para inmortalizar el momento. Pero al llegar lo encuentra muy desmejorado. “Me impresionó mucho el cambio desde la última vez, incluso me contó que estaba con temblores, débil”. Ese día de enero de 1999 sucede la transacción. Bioy insiste en regalarle la Hasselblad, él se niega y acuerdan un precio simbólico: $2.000/dólares, según un recibo con firma. En el cuerpo de la cámara con dos chasis, firma Adolfo . Quedan en almorzar en Lola y se despiden, sin hacer fotos. El camarógrafo se entera por la prensa de la muerte del escritor. Cuando regresa a la cámara para usarla, la abre, encuentra un rollo, y lo cierra inmediatamente. Más tarde lo lleva a revelar sin decir una palabra.
“Me quedé helado”, cuenta. “Estuve tiempo sin revelarlas, nunca quise traspasar la línea de su intimidad”. La tira de contactos que se salvaron de ser veladas, casi la mitad, muestra la sala de Posadas (el sillón donde Bioy tomó una icónica foto de Borges y Silvina Ocampo; la niña de sombrero es Lucila Frank, una de sus nietas; la que está a contraluz, la otra, Victoria Basavilbaso; el tronco de un árbol que imita un animal (en una de sus visitas, Bioy le había regalado a Pangol un original que parece de la misma serie, tomada en Rincón Viejo); la quinta es una figura desconocida.
“Me llama la atención el tiempo que llevaban dentro”, reconoce Pangol. La nieta tenía 18 años a la muerte de Bioy cuando no parece haber cumplido ocho. Cuando se publica Los Bioy, las memorias del ama de llaves, Jovita Iglesias, Pangol descubre el siguiente pasaje: “Un mal día me anunció: ‘Vendí una cámara fotográfica y me siento como si hubiera vendido mi alma’”. Al dolor de la pérdida, se sumaba quizás que era la cámara suya que le había regalado a su hija Marta, y que había vuelto a él después del absurdo accidente. Con el paso de los años, el camarógrafo pudo asumir la herencia: “Creo que él vio mi entusiasmo. Fue un pase de manos”. Bioy encontró en él un emisario del mensaje que traían esas fotos perdidas, para que llegaran a nosotros justo hoy.



Fuente: clarin.com